No creo que haya muchos lugares en el mundo en el que se pueda disfrutar de kilómetros de playa paradisíaca a solas y, en este caso, Fuerteventura es uno de ellos.
Y no titubeo a la hora de afirmarlo. He viajado bastante y ello me permite afirmarlo con seguridad. Playas recónditas, perdidas, pequeñas playas que parecen escapar de la vista de turistas, no es difícil encontrar, pero kilómetros y kilómetros de playa de arena fina y agua cristalina, adornada además por un paisaje de colinas que hacen el lugar más bello si cabe, no creo que existan muchos lugares así en el mundo.
Este verano, necesitaba sol y mar en grandes dosis y me dije... qué mejor que la isla vecina de Fuerteventura.
Al pisar por primera vez sus sendas arenosas, pronto un sentimiento de orgullo nació en mí: orgullo de mi tierra y orgullo de poder decir que soy Canaria. Sabía, además, que días inolvidables me esperaban y esto no hizo nada más que poner una sonrisa dulce en mi cara.
Y me fui de aquel lugar, de la playa de Sotavento, con la mirada aún clavada en él y en nada, esperando poder volver algún día, por muy lejano que fuera.
Un abrazo en la distancia...
Bañador: Calzedonia
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