Estrasburgo es una de esas ciudades con las que uno siempre se queda “con ganas de más “. La visité por primera vez hace ya algunos años y, desde ese entonces, las cosas han cambiado bastante.  Las cosas…, pero no el lugar. El lugar sigue intacto, como si no hubiera visto pasar el tiempo.


En Estrasburgo se conserva todo como en antaño, y eso es lo que hace este rincón de la Alsacia tan especial. Sus casas con marcado estilo propio de la región, sus calles empedradas, el repicar de las campanas de la catedral, los canales recorridos por barquitos de última generación… todo estaba como lo había dejado. Hasta la tienda de galletitas “La Cure Gourmande” que se había quedado fijada en mi memoria… También estaba allí.

Sin embargo, es increíble como el ser humano tiene una capacidad de adaptación tal que es capaz de crear, pese a lo repetitivo del escenario, nuevas experiencias, nuevas escenas, nuevas historias… haciendo que descubramos el lugar de otra manera totalmente distinta.

A Estrasburgo se puede ir a admirar la belleza de su arquitectura, a pasear por las calles de “La Petite France”, evadirse de la rutina en un recorrido en “bateau mouche" , echarse  a la orilla de uno de sus múltiples canales para ver pasar la vida o, simplemente, cenar a la luz de las velas en uno de sus innumerables restaurantes.

No importa la actividad que se realice, por corriente que sea: el escenario hará el resto…

Un abrazo en la distancia...
















Vestido: Zara
Zapatos: Zapatos Diez, Madrid
Bolso: Guess
Accesorios: Colección Personal