Aquel día me disponía a dar un paseo por el norte de la isla de La Palma. Había hablado por teléfono con mi prima Ana y acordamos me pasaría a recoger en coche en una hora más o menos, como dicen por allá… Agradecí mucho su gesto, ya no sólo por llevarme al destino buscado sino por regalarme un poquito de su tiempo. Ella, siempre tan dulce…
Dicho y hecho. A las diez de la mañana ahí estaba, junto a la entrada de la casa, esperando por mí en aquel coche que serviría de testigo de las experiencias vividas ese día…
- ¿Lista? Me preguntó, con una sonrisa y mirada sólo posibles en ella.
Y es que todo en ella es dulce… Su mirada, su sonrisa rozando casi la timidez y hasta sus gestos, aún se tratara de llevar un volante en mano. Todo en ella derrama ternura. Yo, a su lado en aquel viaje, no me cansaba de mirarla: con una belleza propia de la mujer de aquella tierra, madre, trabajadora incansable pero, a su vez, hija siempre abnegada, amiga fiel y prima de infancia. Casada con su "novio de toda la vida" y madre de un "retoño", no había salido de la isla en busca del futuro prometedor con el que muchas soñamos, pero había logrado lo que hoy en día parece ya una "leyenda del pasado", sacar una familia "pa'lante".
- ¿Te apetece que escuchemos algo de música?, sonrió mientras sorprendía con un tema tras otro.
Y allí me vi yo, recorriendo la geografía palmera a ritmo de música latina. El aire, rozando mi cara, me traía olor a hinojo, bejeque y tajinaste y me pareció, por unos minutos, haber regresado de un golpe a mi infancia, cuando masticaba gajos de hinojo mientras corría detrás de mis padres en uno de tantos senderos de La Palma, como si no fuera ya suficiente el olor embriagador del ambiente…
- "No digas nada, por favor,
Que hablando el alma me destrozas
Quiero decirte tantas cosas
Quiero acordarme de tu olor.
No digas nada, por favor,
No vaya a ser que me despierte
De un sueño en el que puedo verte
Y aun puedo hablarte de mi amor."
Susurraba mi prima Ana al ritmo de Cali y el Dandee y pelo al viento…
- ¡Para, por favor! Me gustaría bajarme aquí…
En un rincón casi escondido de aquel paraje maravilloso llamado Puntagorda, divisé a lo lejos algo que llamó mi atención: uno de los dragos emblemáticos de la isla de La Palma.
En cuestión de cinco minutos allí me encontraba, bajo la sombra de esa especie endémica tan fotografiada por turistas mil. Pero a mí ese día "el Drago" me contó otro tipo de historias… No pude evitar dejarme llevar por un sentimiento de nostalgia y romanticismo y creer que, si es verdad eso que nos cuentan en la escuela y son centenarios, pues que bajo aquella misma sombra y sentados en aquel mismo muro habrían declarado su amor no una sino muchas parejas de enamorados. "El Drago" habría escuchado susurros al oído de varias generaciones y presenciado cientos de besos robados, casi prohibidos, de los antepasados de sus gentes. Me pregunté si hasta de los míos propios…
"El Drago" de Puntagorda habría sido testigo, a su vez, de las penurias en una época menos próspera de los residentes de aquel lugar; de una República fracasada; el inicio de una Guerra que posteriormente se volvería civil y la hambruna que siguió. "El Drago" también habría visto pasar familias, niños a cuestas, en un único deseo de vivir unas vacaciones inolvidables.
Y con ese pensamiento volví a subirme en el coche junto a Ana…
- ¿Ya? ¿Podemos continuar?, preguntó mientras arrancaba y esperando una respuesta que sabía nunca llegaría. Ana era plenamente consciente de que seguía absorta en aquel paisaje de tarjeta postal.
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