Queridos lectores, este fin de semana me apeteció dar un salto a Metz, ciudad en el noreste de Francia y, hasta este año pasado, capital de la región de Lorena, fecha en la que pasó a ser la actual capital del departamento de Mosela.
Conocida también como la Ciudad de los parques por el esplendor del verdor en cada uno de sus rincones, es otro de los destinos a los que suelo acudir con frecuencia cuando busco perderme en un ambiente estudiantil o, simplemente, teniendo en cuenta el periodo fin de rebajas, a la espera de encontrar la ganga del año.
A Metz hay que visitarla con la vista puesta no sólo en la oferta lúdica y de ocio que tiene por ofrecernos. Metz es mucho más que eso.
A primera vista, la cara que la ciudad nos muestra nada más llegar enamora, embruja…
Esto es porque Metz se encuentra en la confluencia de los ríos Mosela y Seille, dejando cabida a tres islas habitadas: La pequeña Saulcy, la gran Saulcy y Chambière. Las islas se unen entre sí y con la ciudad mediante puentes: El puente medieval, el puente de los muertos, el puente de las rocas, el puente Saint-Marcel, el puente de la prefectura, el puente negro, el puente Saint-Georges y el puente de las rejas. Esto aporta a Metz un aura de romanticismo, encanto, embrujo…
Y digo embruja porque también es una de las ciudades con mayor patrimonio arquitectónico medieval de Francia. Y se ve, se respira…, en lo empinado y estrecho de sus callejuelas, en la arquitectura y el color amarilloso de la piedra de Jaumont propia de la zona y con la que se construyó la gran mayoría de sus edificaciones, en sus parques y lagos habitados por cisnes...
A esto hay que añadirle la influencia del Imperio Alemán que, indudablemente, marcó el carácter de la ciudad. Porque no hay que olvidar que la ciudad se convirtió en parte del Imperio Alemán, hecho que fue legalizado con la firma del Tratado de Fráncfort, y en la capital del distrito de Lorena desde 1871 y hasta 1919. Después de la anexión, Metz se transforma y su urbanismo se hace un escaparate del imperio alemán. Aparecen numerosos edificios de estilo neoclásico y neogótico, entre los que destacan el pórtico de la catedral, el templo protestante y el palacio del gobernador.
Además, como en todas las ciudades de Reich, se construye una torre Bismarck, una columna de piedra marcada con la efigie del canciller y que domina la ciudad desde el monte San Quintín a Scy-Chazelles.
Pero Metz vuelve a respirar aire francés y sus más de 300 cafeterías la convirtieron en la Pequeña París de la Francia del Este. Sin embargo, este aire poco corrió por sus calles. Metz cae nuevamente en manos de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, convirtiéndose en la Westmark de la Alemania Nazi. Consecuencia de ello es el carácter que hoy en día impregna la ciudad, entre lo alemán y lo francés, entre lo medieval y lo contemporáneo…
Y me encanta… No puedo evitar que me embruje a mí también cada vez que la visito. Como me encanta también perderme entre la juventud que abarrota sus calles, fruto de la presencia de un número importante de escuelas de prestigio o de la Universidad histórica de Lorraine.
Y me vuelve a encantar… Me pierdo observando a los cisnes de uno de tantos lagos que bañan la ciudad y a los que acuden las parejas de enamorados en busca del rincón que sea testigo finalmente de su amor.
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