Uno de los lugares donde suelo hacer mis escapaditas de fin de semana es Fráncfort.
Me parece que fue ayer cuando me quedaba atontada deleitándome con los capítulos de nuestra entrañable Heidi y sus aventuras por esta ciudad. Quizá por el hecho de provenir de una recóndita isla, alejada del continente europeo y, en sí, del mundo, perdida en el Atlántico, constituía para mí un lugar maravilloso al que algún día quería ir, y pasear por sus calles como Heidi lo hacía, admirando la arquitectura de las típicas casas alemanas y pidiendo salchichas en uno de tantos ventorrillos. Y, en invierno, entre la nieve, comiendo panecillos calientes, como los que le llevaba Heidi a su abuelita...
En fin, dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea porque puede cumplirse y, en mi caso, parece que fue así. Por esos giros inesperados de la vida, casi sin saber cómo, acabé viviendo a dos pasos de Fráncfort, paseando por sus calles en medio de un frío invernal y comiendo panecillos… El capítulo salchichas es algo a lo que no he logrado adaptarme.
En fin, dicen que hay que tener cuidado con lo que se desea porque puede cumplirse y, en mi caso, parece que fue así. Por esos giros inesperados de la vida, casi sin saber cómo, acabé viviendo a dos pasos de Fráncfort, paseando por sus calles en medio de un frío invernal y comiendo panecillos… El capítulo salchichas es algo a lo que no he logrado adaptarme.
Para los que aún no hayan visitado este rincón del mundo, tengo que decir que es la ciudad más poblada del estado federado de Hesse y que, con casi 680.000 habitantes, es también la quinta ciudad más grande del país, tras Berlín, Hamburgo, Múnich y Colonia.
En la época actual Fráncfort es un centro económico y financiero importante en Europa. Se le denomina inoficialmente «capital económica y financiera de la Unión Europea». La ciudad es sede del Banco Central Europeo (BCE), del Deutsche Bundesbank, la Bolsa de Fráncfort y la Messe Frankfurt, esta última sede de importantes exposiciones, ferias y salones internacionales, como el Salón del Automóvil de Frankfurt, el más grande de su género, o el de la Feria del Libro, la más importante del mundo. A esta Feria suelo acudir por motivos profesionales, pero ésa también es una historia que contaré otro día.
En definitiva, Fráncfort encarna de manera especial el denominado «milagro económico alemán» que se desarrolló en las décadas posteriores ya terminada la Segunda Guerra Mundial. Se llegó incluso a categorizar en el 2001 como la ciudad más rica de la Unión Europea, de acuerdo con la paridad de poder adquisitivo.
Pero lo que más me atrae de Fráncfort es la concentración de edificios de altura en el centro de la ciudad, dibujando un perfil característico conocido como la Frankfurter Skyline. Estos rascacielos se cuentan entre los más altos edificios de Europa y, de alguna manera, te transportan a Nueva York. Sí, queridos amigos, para muchos, incluida ésta que les escribe, Fráncfort es la Nueva York de Europa y, en consecuencia, rincón único para ratones de ciudad como yo.
Hay tanto que podría compartir con Ustedes…
Hoy me decanto por la parte antigua de la ciudad, en pleno centro, y sin ninguna relación con la parte financiera. Estamos, en este caso, ante ese paisaje con el que comenzaba el artículo; el de los capítulos de Heidi, con sus casas misteriosas de vigas y pilares de madera en calles estrechas, un tanto oscuras y empedradas.
Nuevamente, cámara y bolso en mano, me lancé a recorrer un poquito más el mundo, con un look un tanto misterioso también, como sus calles: colores oscuros predominantes, verticalidad aportada por las líneas de mi atuendo y el alisado de mi cabello y la singularidad de la mano de este gabán sin mangas y gorro en lana.
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